3 de agosto de 2009

Profesión de riesgo

Cuando decidí estudiar Periodismo, lo último que se me pasó por la cabeza fue la peligrosidad de la profesión. Lo que me atraía era contar la verdad, lo que realmente estaba ocurriendo en el lugar en el que me encontrara, y el medio utilizado -televisión, radio o prensa (entonces nadie se esperaba el alcance de Internet)- me daba igual. Quería contar historias.

Hoy, cuando aún no llevo ni diez años como periodista, pienso en aquella época y veo a una niña llena de sueños e ilusiones, con la esperanza de que contando la verdad y denunciando las atrocidades que viera el mundo sería un lugar mejor.

Hoy, cuando me miro, veo a una mujer que sabe que contar la verdad y denunciar las guerras, violaciones y abusos que suceden al mismo tiempo en diferentes países de poco sirve. Como mucho, esas personas que intentan que la gente se entere de lo que realmente pasa a su alrededor o en la otra parte de la Tierra consiguen que una o dos personas les atiendan. El resto se queda con la prensa rosa o la amarilla. La vida de los famosos y los sucesos más escabrosos son lo que acaba interesando más. Una vía de escape para olvidar los problemas del día a día y la archifamosa crisis.

Pero aún mantengo la esperanza. Porque aún hay periodistas que arriesgan sus vidas para contar lo que ven, para denunciar la situación de un país. Y es que, lamentablemente, la vida de un periodista vale bien poco.

En lo que llevamos de año han fallecido al menos 46 periodistas en 21 países. Sri Lanka, Somalia y México son los lugares más peligrosos para los reporteros. Y eso que no se tiene en cuenta la cifra de secuestros, extorsiones, amenazas y exilios (datos del International News Safety Institute).

Aun así, aquella niña que quería ser periodista para contar historias, por muy pequeñas e insignificantes que fueran; aquella niña todavía espera que la gente cambie y que contar la verdad no sea recompensado con un disparo en la cabeza.

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