11 de agosto de 2009

El arte nos vuelve locos, locos

Hace unos días una turista rusa arrojó una taza de té vacía contra el cuadro de La Gioconda, sin causarle ningún daño porque está protegido por un cristal. Según la información del diario francés Le Parisien y recogida por El Mundo, la mujer habría sido víctima del síndrome de Stendhal, que provoca que las personas actúen de forma irracional cuando les conmueve una obra de arte. Y como ejemplo mencionaban otro caso; el de una mujer que había besado un cuadro completamente blanco de Cy Twombly, artista estadounidense.

Tuve la ocasión de visitar el museo del Louvre hace ya doce años. Y he de decir que hubo dos obras que me decepcionaron enormemente y no me transmitieron absolutamente nada. Y qué decir tiene que tampoco me provocaron el síndrome de Stendhal.

La Venus de Milo, tan famosa ella, sí, está muy bien esculpida... menos por detrás. Su espalda apenas está tocada por el cincel y pierde todavía más cuando a continuación te giras y decides subir por las escaleras y de repente te encuentras con la escultura de La Victoria de Samotracia. Ahí en lo alto, dominando la escalinata, parece que es la capitana del museo. Quien decidió su ubicación decididamente sabía qué hacía.

Y después de pasear un buen rato por unas salas y por otras, empapándote del arte de todo el mundo; se llega a la sala de Leonardo Da Vinci. Un montón de gente se agolpa alrededor de un minicuadro (sí, La Gioconda es más bien pequeñaja) en el que todo parece bastante difuminado y que sus ojos para nada te siguen allá donde vayas. Sin embargo, en el momento en que tu mirada vira a la derecha te topas con una auténtica maravilla: La Virgen de la Roca. Obra también de Da Vinci (los lectores de El código Da Vinci sabrán de qué cuadro se trata) y en la que el pintor italiano muestra sus grandes conocimientos sobre las plantas, ya que el suelo que pisan los protagonistas está inundado de las más diversas hierbas, pintadas con una gran meticulosidad. Tanta que parece que se salen del cuadro.

Ah, por cierto, si vais al Louvre, tampoco os deberíais perder La Virgen del Canciller Rolin, de Jan Van Eyck (autor también de El matrimonio Arnolfini). Un cuadrito que casi pasa desapercibido pero que es una ventana a un mundo sin fin de lo detallado que está todo pintado.

Pero a pesar de todos estos cuadros aún no he encontrado ninguna obra de arte que me haya provocado perder la razón. Sólo una ciudad ha estado a punto de volverme loca: Florencia. Me encanta el Renacimiento y esta ciudad... No hay palabras que la puedan definir. Es mejor verla, degustarla, paladearla lentamente. Nada de ir dos días. Más que nada porque uno se puede volver loco con la gran cantidad de obras de arte que hay tanto en los museos como en cada esquina de la ciudad. Para muestra esta escultura que se encuentra al aire libre en la Piazza della Signoria.

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